martes, 14 de agosto de 2007

Crónica de una espera

Laura Adriana Bautista
CRÓNICA DE UNA ESPERA
Aural Continuo
El tiempo generalmente dividido entre el ocio y el quehacer, no da pie a observar la cotidianeidad humana, la cual está compuesta de minutos de sensaciones, emociones y vivencias. El sentarse a esperar, pero con un ojo obsevador se vuelve toda una aventura.

6:10 p.m. Inicia la espera, acabo de dejar a los señores del alquiler quienes colocaron un toldo verde y doscientas sillas para la presentación del video, la consigna esperar o como ellos dicen cuidar que no se lleven el equipo. Camino hacia el frente justo hacia la catedral, me siento, mi mirada sin un rumbo, sin pensamientos claros, sólo dejando que mis sentidos encuentren cabida en cualquier cosa, justo en ese momento mi recuerdo me lleva a pensar tengo que escribir. Saco mi cuaderno y empiezo a observar.

6:15 p.m. Pasan personas, niños, niñas, en pareja, en trío o solitarios, cada quien en su gusto y en su necesidad. A unos seis metros de mi vista, la cual estaba posada hacia el Kiosco, logro ver a un hombre panzón, viste una guayabera azul cielo, pantalón gris, lentes, reloj como de esos que le gustan a la gente grande y justo al recorrer con mi mirada su cuerpo: mi director de primaria. Sí, es él, aquel director que cuando ensayaba la escolta en sexto grado nos regañaba; “marchen con orden, tiene que ir todas parejas, hagan lo bien porque es una gran responsabilidad”… bla, bla, bla. Mientras esto pasa en mi recuerdo, él camina, desfila frente a mí y se aleja.

6:20 p.m. Después de haber visto pasar al director, mis ojos se postran en otro momento de vida, parecen dos lupas que buscan la escena del crimen, dos niñas corriendo buscando una nueva aventura. Ahí esta, una extranjera o al menos eso parece, está justo en la puerta principal de la iglesia tratando de captar con su lente la mejor fotografía de una escultura en la fachada de la catedral, enfoca y desenfoca. Dos niños salen de la iglesia y uno de ellos tropieza, el otro se ríe. Al primero se le paraliza su mundo en ese momento, sus ojos quedan como buscando no ser visto por nadie y por nada, su expresión empieza a ser de duda. Mientras el otro ríe, goza, y disfruta la caída, y atina a decirle las mejores palabras “vámonos”. El caído empieza a llorar, sólo unas cuantas lágrimas puesto que no puede evidenciarse ante todos. Todo esto ocurre frente a aquella mujer, la extranjera quien viste botas rosas con motivos estrambóticos, short blanco, blusa azul y sobre vaquero. Agacha su mirada y empieza un diálogo con el pequeño, -por momentos pensé, es para el pequeño como esa Tatiana que canta “ratón vaquero”- pocos segundos después le extiende la mano, el niño la toma y se levanta, se limpia sus lágrimas y corre… corre a la conquista de otro encuentro.

6:25 p.m. No quiero suponer que la vida está fragmentada en cada 5 minutos, pero hasta ahora, aquí así ha ocurrido. En la esquina izquierda de la catedral aparece; “su santidad la princesa burger king”, excelsa, radiante con su corona de papel. Camina con dos helados, sí, eso sí corresponde a una característica de la alta realeza el acaparamiento. Camina tratando de no tirar ni una gota del preciado helado, le da una lamida a uno y ve el otro, con ganas de darle también su lamida y una vez mas demuestra ser de la realeza, la avaricia por querer terminarse todo. Y lo logra, consuma su acto pensado, lame el otro helado tratando que ningún espía de cuenta de ello. Pasa frente a mí, mirando a una plebeya más, quien sentada está a otro nivel. Ve su destino final, un papá a quien le comparte el otro helado y con el cual continuara su vida de princesa.

6:32 p.m. Desde que llegué a mi estancia en el banquillo de la espera, dos niños juegan con un globo, el cual pasa de mano en mano hasta ser cuatro. Uno Migail, del otro no supe su nombre, ambos juegan y juegan y el globo va y viene. El globo toma un aire del norte y se eleva más de la cuenta, Migail quiere tomarlo y cae en un hoyo de esos que contienen la iluminación para el recinto. Cae y se duele, toca su pierna, la observa, la limpia y aquí si un buen amigo le da la mano para levantarse, él no quiere, desea estar seguro de que su levantar será uno y con fuerza, decide descansar unos segundo más, junto a mi su madre le alienta le dice: levántate Migail, no pasa nada, con cuidado, ven te asobo. Con unos segundos de espera Migail no logra ver ningún estrago en su pierna, sólo dolor y molestia, al tomarse su tiempo, determina su impulso, recarga sus brazos, respira y sus piernas una vez más responden como niño, con fuerza.

6:41 p.m. Momento de continuar, momento de mover los sentidos, es hora de partir.

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