sábado, 29 de septiembre de 2007

La guerra de los mundos: los cierres de campañas políticas

Sandra Liliana Ramírez Barrera
sandrali31@hotmail.com


La guerra de los mundos: los cierres de campañas políticas

Los voraces rayos del sol castigaban a todo aquel que osara caminar en descubierto por la empinada calle principal de Etla, sin misericordia, taladrando impunemente ropa y piel, ocasionando con ello, además del brote de sudor cual si fuera una fuente porfiriana, un escozor que recordaba el molesto piquete de un mosquito.

A la par que aumentaba la temperatura climática, el ambiente político cobraba vida en el lugar con la alegre melodía que dejaba escapar una vieja bocina de sonido instalada en el toldo de una camioneta “Explorer” nuevecita, tapizada por todos lados de propaganda política del partido conocido como “el del sol”, y que era guiada por una mujer delgada que no aparentaba más de 20 años.

La camioneta se detuvo frente a una de las puertas del mercado, abarrotado en esos momentos por múltiples compradores que acuden cada miércoles al “día de plaza”. Sin previa advertencia, el aparato de sonido suspendió las notas de la popular canción, ahogándolas dentro del mar de perplejidad de escasos seguidores que prestaban atención, y que incluso algunos de ellos estaban tarareando.

“A todas las personas se les invita al cierre de campaña del candidato fulanito por el distrito I y II…” dejó escapar la bocina motorizada, que amenazaba con caerse del patas de hule en cualquier momento.

Algunos etlecos se acercaron al vehículo, esperanzados en obtener un buen regalo de parte del Sol azteca: los hombres, cubriéndose el rostro con sus sombreros de palma para evitar el pertinaz astro rey, mientras que las féminas jalaban con mayor ímpetu el centro de sus rebozos para usarlo como parasol, como dirían los “catrines”.

Al interior del mercado el ambiente era de gran movimiento: los estrechos pasillos obligaban a los allí presentes a caminar despacito, uniendo hombro con hombro… y codazo con codazo. Las bolsas de mandado con leyendas de “carnicería lupita” o “quesería etleca” eran constantemente abiertas por sus dueños para arrojar en su interior el botín del día: arroz rojo, tamales, chicharrón crujiente, nopalitos de “lengüita” cocidos, sin olvidar las célebres habas molidas que son despachadas aún en hojas de hierba santa, “como así lo hacían nuestros antepasados”, explicó una regordeta marchante a un curioso turista que se había acercado a uno de esos puestos.

Esta curiosa escena fue interrumpida, junto con el hormigueo de gente que se movía con dificultad entre los puestos improvisados, por una mujer de rasgos finos y cabello negro rizado vestida con una playera amarilla.

Como si se tratara de Moisés sosteniendo los 10 mandamientos, la fémina apretujaba contra sus senos un paquete de hojas impresas con las promesas de campaña del partido amarillo, cada una de ellas acompañadas por un bolígrafo asegurado con la tapita. Con el brazo derecho, y con una amplia sonrisa que dejaban ver una dentadura muy bien cuidada, extendía el artículo a todas las marchantas que tenían su puesto tendido en el suelo, invitándolas al cierre de campaña del candidato de su partido.

Minutos después en la zona contraria del mercado, esto es en lo alto de una escalera de cantera verde castigada por los pies de los siglos, se instaló una comitiva perteneciente al llamado partido oficial en Oaxaca. Sus integrantes, vestidos de pies a cabeza con prendas de color blanco, dan inicio a la batalla para sumar adeptos, ofreciendo a los etlecos bolsas de mandado impresas con los característicos colores verde, blanco y rojo que están encerrados en un círculo.

Usando sus codos como arma letal 007, una mujer rechoncha con largas trenzas y amplia falda con vistosos colores, se abrió paso entre la naciente multitud que empezaba a congregarse alrededor de los “hombres de blanco”, alargando el brazo con desesperación y gritando reiteradamente: “aquí, aquí”.

El centro de atención de la multitud se volcó hacia la candidata a la diputación de ese distrito quien, con un gesto alegre, se sumó a la repartición de dichos artículos, tendiendo de vez en cuando su blanca y manicurada mano a los felices etlecos, contrastando notoriamente con la piel curtida por el sol y el trabajo.

El ostentoso artículo causó el efecto deseado, ya que solo bastaron unos cuantos segundos para que la mayor parte de la gente se dirigiera rápidamente a este punto en auténtica estampida.

Un hombre que estaba en medio de los dos frentes de batalla partidista, giró sobre sus talones para echar un vistazo a la mujer de la playera amarilla, que ya había terminado con su tarea, y que en esos momentos se disponía a abandonar el interior del mercado. Al ver esta acción, el hombre prestó atención al tentador llamado de las bolsas de mercado, abandonando al aire cargado de efervescencia política, la frase “chingao, ya me quedé sin nada”.

Afuera del mercado se escucharon nuevamente las notas de una melodía comercial adaptada para la propaganda política de los “amarillos“ . La camioneta Explorer inició su marcha, voceando nuevamente la invitación al cierre de campaña, que iba perdiéndose a lo lejos a medida que el vehículo abandonaba el lugar.

Al interior, la cancha quedó libre para el partido tricolor, cuyos adeptos celebraron efusivamente su victoria en la guerra política, coreando y aplaudiendo a los cuatro vientos, a la vez que ávidas manos agotaban el botín de guerra.

Mientras tanto en una explanada aledaña al mercado, que tradicionalmente alberga algunos puestos ambulantes de zapatos y muebles, quedó abandonada una carpa adornada con múltiples papelitos con la insignia del caracol prehispánico: el “partido del pueblo”.

Bajo la sombra de una amplia pancarta con el característico rostro del Che Guevara, un hombre vestido de negro que portaba varias pulseritas tejidas en sus muñecas, trataba inútilmente de llamar la atención de los transeúntes, enseñando algunas hojas con propaganda del partido.

Las escasas personas que pasaban por el lugar volteaban unos segundos hacia el solitario adepto del caracol, observándolo con lástima o con indiferencia, sin detenerse. La batalla política de bolsas y bolígrafos había terminado… por el momento.

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