domingo, 9 de septiembre de 2007

Peatón por un día

Montserrat Fernández Galindo
tochomorocholacolumna@hotmail.com

Peatón por un día
Montserrat Fernández Galindo

“Naranja dulce, naranja de Martínez de la Torre, no se quede sin su naranja”, el fuerte ruido del megáfono al parecer trata de opacar el ardiente sol que apenas se asoma y que dentro de unas horas penetrará como lanza filosa en la piel de los citadinos.

La mañana presume de tranquila, me enfundo en un conjunto deportivo café y mis pies se acomodan en unos tenis; al bebé lo protejo del fresco rocío con un suéter delgado y sus pies con unas pantuflas de ositos. La carreola espera impaciente para comenzar el paseo.

El trinar de los pájaros mecen mis pasos en el áspero adoquín, la subida es dura y se torna en un laberinto al bajar de la banqueta que está llena de escalones y raíces alzadas, fuego enemigo para el cochecito rodante. Lanzo una carrera veloz para salvar mi pellejo de los coches que limitados por el tiempo no miden el peligro. Vuelvo a subir a la acera de la calle y permanezco en ella el tiempo que sea necesario.

La bajada o subida de San Felipe del Agua es una batalla que con valentía enfrenta el peatón. Es un campo minado. El reducido espacio de las banquetas apenas si se divisa entre hierbas, flores silvestres, espinas y basura.

El bebé se impacienta con los movimientos bruscos que hago con la carreola, sube, baja, corre, frena, sube, baja, esquiva...

Del otro lado de la calle, veo mi figura y la de mi pequeño acompañante reflejado en el espejo de la vida diaria: una madre con el ceño fruncido empujando una carreola.

- ¡Santo Dios! grito en silencio, ya mero se degüella el chamaco con la caída de las ruedas delanteras en una zanja.

Respiro profundamente, mis pisadas avanzan en cámara lenta hasta llegar casi al final de la bajada; las casetas de comida reducen el espacio para caminar con dignidad. En mi afán de esquivar la banqueta en desnivel y las latas vacías de bebidas refrescantes, la rueda delantera izquierda golpea el tobillo escondido detrás de la bota puntiaguda de charol de una joven. Con su mirada oscura casi aniquila mis sueños futuros. Dos puestos ambulantes frente al CBTis fueron testigos de este penoso incidente. Silencio y dolor.

La realidad de nueva cuenta me toma por sorpresa cuando el knock, knock de una camioneta de lujo le recuerda ‘la jefecita’ a un valiente peatón que sólo trata de llegar vivo a la fuente de la Siete Regiones. No suficiente con el susto, el cafre al volante desquita su rabia gritándole ¡pendejo!

En un dos por tres el sobreviviente logra cruzar la calle y pisar terreno seguro, mira al cielo como tratando de encontrar a Dios para agradecer el milagro: un día más.

Dos señoras que presenciaron el desenlace, cuchicheaban:

- ¡Se salvó de milagro son unos salvajes! ven que uno atraviesa la calle y en vez de disminuir la velocidad, aceleran, te centran y todavía se meten con tu madrecita santa”, comentó una vendedora de dulces.

- No hay que ser, luego una se confía cuando va caminando y de repente siente el coche encima... ¡lo peor! se ponen de dignos si ellos son los que se pasan los altos, abundó su acompañante.

El ulular de la ambulancia distrajo mi atención de una plática ajena, aprieto el paso pues faltan varias cuadras para llegar a mi destino; mis manos se aferran a los fierros de la carreola para atravesar el infierno mismo. La tensión de la vida peatonal por fin noquea a mi vástago que descansa plácidamente.

Mientras camino logro contar el número de automovilistas que hablan por celular y sorprende más el número de personas que bajan la mirada para escribir, leer o enviar un mensaje.

- ¿Por qué no medimos el peligro que representa esta distracción? ¿Por qué no lo hago yo cuando manejo? yo misma respondo en cuestión de segundos ¡por inconsciente! ¡Maldito vicio!

El sol empieza a ganarle a mi desodorante una partida, mi playera de algodón humedece; ni un árbol para cobijarme entre sus ramas, la mayoría han sido mutilados para abrir paso a alguna construcción. Ni una sombra para descansar.

Varias cuadras faltan para llegar a la colonia Reforma y una docena de obstáculos: raíces que rompen las banquetas, bolsas de basura, alcantarillas ficticias, automovilistas que no ceden el paso.

Frente a mí, una jovencita bien vestida y perfumada con finos aromas se resbala sin tocar suelo; los buenos modales desaparecen poco a poco ante un berrinche de niña bien:

-¡Mis zapatos nuevos! ¡Qué asco excremento de perro!

No pude contener la risa, el incidente realmente fue cómico; pero pagué muy cara mi osadía: mientras atravieso la calle, un taxista sale en sentido contrario ¡patitas pa’ que las quiero!.

- ¡Qué difícil es ser peatón!, mi cara palidece, mi sonrisa enmudece y mi corazón no respeta la velocidad establecida.

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